viernes, 24 de febrero de 2012

Entrevista a Numa Frutos

Numa Leopoldo Frutos Chiama nació el 15 de noviembre de 1939 en Gualeguaychú, a media cuadra del Club Independiente. Hijo de Bernardo y Margarita Chiama, tiene cuatro hermanos (Carlos Héctor, Blanca Estela, Bernardo Cito y Jorge Ricardo).

La primaria la cursó hasta cuarto grado en la Escuela N° 1 “Rawson” y luego la terminará en el turno noche, dado que el mundo laboral lo asumió a su más temprana edad.
“Cuando iba a cuarto grado ingresé a la sastrería Casanova como aprendiz, sin cobrar un sueldo”, recuerda Numa Frutos aunque siempre insistirá que su primer antecedente laboral le viene de la cuna, aprendiendo a coser en la vieja máquina Singer de su madre.
“La sastrería Casanova estaba en 25 de Mayo, una cuadra antes de llegar al Hospital Centenario y su propietario era don Moisés Tito Casanova”.
La costura con la Singer y el Carnaval lo marcarán a lo largo de toda su vida y su talento y capacidad para innovar lo resaltan como artista.
En Europa conocerá el Lido de París y de ese emblemático teatro-cabaret de la Ciudad Luz, se traerá el brillo de las lentejuelas, los espejos y las plumas y el Carnaval de Gualeguaychú comenzará a tener otros bríos. Numa Frutos recibió a EL ARGENTINO en la tarde del miércoles y compartió casi una hora de recuerdos, donde prevalecieron sus inicios primero como vidrierista, luego como modisto, su pasión por el Carnaval y adelanta lo que vendrá.

-¿Dónde terminó la Escuela Primaria? 
-La inicié en la Rawson hasta cuarto grado y luego la completé en la Gervasio Méndez. Recuerdo a tres grandes maestros de aquellos años: Miguel Silvestrini, Chichizola y Queirolo, que era el director de la nocturna. Cuatro meses antes de terminar la primaria, ingreso a trabajar en Barato Argentino, la tienda que luego será Azcárate, más tarde Los Vascos y hoy es una zapatería. Trabajé en Barato Argentino y en Azcárate.

-¿Qué hacía en la tienda? 
-Era básicamente cadete. Ingresé gracias a la recomendación de don Roberto Grecco, quien era el dueño de la Difusora Grecco. Eran los años en que no existía la radio y esa Difusora nos mantenía, junto con los diarios, comunicados. Grecco era muy amigo de don Guzmán, el gerente de la tienda y así me recomendó. 

-¿Pero cómo conoció a Roberto Grecco siendo tan chico? 
-Antiguamente se acostumbraba que las parejas de novios salieran pero con una especie de “amo de compañía”. Y yo era quien acompañaba a quien luego sería la esposa de Grecco. Él hacía el sonido en los partidos de básquet del Club Neptunia y yo la acompañaba porque los padres no querían que fuera sola. Así don Roberto Grecco me recomienda para ingresar a Barato Argentino y además de cadete me ponen como ayudante del vidrierista. A los tres meses el vidrierista se retira de la firma y me llaman al escritorio y me ofrecen ese trabajo. De la sorpresa no respondo de inmediato y cuando salgo a la calle tengo la suerte de encontrarme en la vereda con Lía Poulie y Gerardo Pugliese, que trabajaban en la Difusora y al enterarse de lo que me ocurría, me dieron ánimo para que acepte. Yo recién cumplía los catorce años y ya era el responsable de armar la vidriera en Barato Argentino. El único antecedente que tenía era ir a las clases de la profesora Mabel Chaca de Pintos.

-Además desde muy pequeño ya manejaba la máquina Singer de su madre… 
-Sí. A los ocho años ya cosía. Venía el doctor Carlos Altuna, que era uno de los propietarios del Cometra, venía a casa porque mi madre le hacía las zaleas, que son las sábanas de tela doble que se coloca debajo de los pacientes para moverlos y proteger la ropa de cama. Muchas veces el doctor Altuna llegaba cerca del mediodía y mi madre estaba cocinando, entonces el propio doctor me hacía orillar una docena de saleas y dejaba el resto de lienzo para que a la tarde se las completara mi madre. Cuando yo le llevaba las que había confeccionado mi madre, el doctor Altuna me pagaba aparte la docena de zaleas que le hacía al mediodía para sacarlo del apuro. Así que mi primer sueldo lo cobro a los ochos años de edad y desde esos años no me levanté más de la máquina de coser.

-¿Y de la sastrería Casanova qué recuerda? 
-Tengo muchos recuerdos gratos. Estuve trabajando dos años y en ese tiempo aprendí a hacer la manga, a picar la solapa y los cuellos, a levantar los bajos de los pantalones. Moisés “Tito” Casanova tenía una hermana que le decíamos “Muchinga” y era muy capaz pero también muy exigente y de ella aprendí muchísimo.

-Si dejó cuarto grado de la primaria para ir a trabajar, todo indica que proviene de un hogar con muchas necesidades… 
-Sí, pero por eso mismo provengo de una familia que hacía un culto del trabajo. Mi padre ingresó a los 22 años al Molino Concepción, la firma de Pablo Rossi, y trabajó toda su vida hasta que jubiló. No obstante, mis padres me mandaban a dibujo y pintura a lo de Chaca de Pintos, cuya cuota también colaboraban las propinas que lográbamos haciendo mandados en el barrio. Mis padres eran muy conscientes que costear un estudio superior iba a ser muy, peor muy difícil y por eso nos inculcaron el aprender un oficio. Mi hermano mayor a los 17 años ya tenía un taller donde trabajaron mis otros hermanos. Gracias a la cultura del trabajo que heredamos de nuestros padres, aprendimos que el trabajo es honestidad, bienestar, dignidad.

-Antes era habitual que los hombres se hicieran un traje… un gusto que ahora se ha perdido por la industrialización… 
-Así es. Ingresé en la sastrería Casanovas y cuando me proponen continuar en ese oficio lo pienso varias veces. Recuerdo que a los catorce años le dije a mi madre que los hombres se hacen un traje que les dura muchos años y que ese oficio podía desaparecer o no tener tanta clientela con el correr del tiempo.
Y en mi poca experiencia de estar en la tienda Barato Argentino, había observado que las mujeres se compraban un vestido para cada ocasión, para cada fiesta o acontecimiento social o familiar de importancia.
Y como el dibujo me gustaba mucho, empecé a dibujar los vestidos en cartulinas. Había visto que en las grandes tiendas de Buenos Aires (La Piedad, Harrow, Gatti Chávez) ponían sobre el maniquí la tela prendida con alfileres y al lado el boceto de un diseño.
Y en Barato Argentino armaba el maniquí y al lado ponía el dibujo que había hecho en cartulina… las clientas entraban a la tienda para comprar el vestido. Pero no era un vestido, sino la tela. Entonces le vendían la tela y le regalaban los dibujos que yo hacía y que ponía al lado de cada maniquí. Un sábado llegué a mi casa bastante molesto, porque en esa semana habían regalado tres dibujos, que eran tres diseños de vestidos, y caí en la cuenta que estaba dibujando para que trabajen otros. Entonces me dije: sé coser y me gusta diseñar. Fue así que decidí ir a aprender corte y me enseñó una prima que era recibida en Buenos Aires y me dijo que para la primera clase trajera papel de molde. A la tarde, cuando abrió Ferrando que estaba frente a la tienda, compré los elementos que necesitaba y ese mismo día aprendí toda la moldería: el corpiño, la manga, la transferencia de la manga… en fin… todo. Ese día terminé como a las once de la noche. Mi prima me dice que para la próxima clase traiga más papel; pero le dije que no: que la próxima vez traería directamente tela. Y así fue como corté una camisa, que hasta el día de hoy la tiene guardada mi hermana y desde entonces comencé, a los catorce años, a coser y no paré más.

-A los catorce años se da cuenta que el hombre compra cada vez menos traje, pero la mujer necesita tener cada vez más nuevos vestidos… 
-Así es y fue un buen descubrimiento para mi edad, porque maduré y me desarrollé en el oficio de la costura. La mujer siempre se va a sentir desnuda, que no tiene qué ponerse aunque tenga el ropero lleno de ropa. Siempre sostengo que la mujer debe mirarse en el espejo, y debe ver y querer su imagen para saber que se vestirá para ella y para los demás.

-¿Y su primer vestido de importancia? 
-Ah… ese fue uno muy especial. Se hacía el baile de los Viajantes a nivel provincial y venían de todos lados, incluso desde Buenos Aires. En esos años no había salones en Gualeguaychú… y donde está el Club Racing eran unas barracas donde se depositaba el cereal. Se vacían esas barracas, los acondicionan y lo transforman en el salón para hacer la fiesta de los Viajantes. Se trataba de una fiesta muy importante porque iba a asistir toda Gualeguaychú. Una compañera mía, Aurora Delcausse, me confiesa que la habían invitado para concursar como Reina en esa fiesta y me pregunta qué podía comprarse. Entonces le sugerí que no comprara nada, que dejara que yo la vistiera. Le dibujé el vestido y le dije que iba a utilizar organza que era un género que no se compraba tanto pero eran bellísimas, de color rosado. Le hago a Aurora un vestido rosa acampanado, con los dos hombros completamente descubiertos, con dos campanas plato para la pollera y le elijo unas sandalias rosas con verdes, con un chal verde esmeralda. Y Aurora sale elegida Reina. Al lunes siguiente Teresita Rossi, hija del odontólogo Rossi, visita a mi madre porque era clienta de ella. Es más, Teresita me compraba todos los domingos a la salida de misa la entrada para ir al matiné del cine. Bueno, Teresita felicita a mi mamá por el vestido de Aurora y ahí se entera que lo había hecho yo y me encargó un vestido. Compró las telas, que la acompañé para que eligiera y me encargó un vestido porque tenía el baile del aniversario del Club Recreo.

-¿Y cómo fue ese segundo vestido? 
-Le hice uno muy original. Todavía no se usaba mucho la moda trapecio, un vestido muy ajustado adelante, ceñido por un cinturón de diez centímetros con hebilla cuadrada… un vestido que caía a media adelante a media pierna y atrás bien acampanado hasta el tobillo. Luego me contó que cuando ella estaba subiendo las escaleras del Club Recreo causó mucha sensación y a partir de esos dos sucesos consecutivos no paré nunca más.

-Y a los catorce años no le temblaba el pulso ante tanta responsabilidad: hacer un vestido para ser lucido en una fiesta importante… 
-Como amaba y amo lo que hago, la responsabilidad no es una carga sino un deber. Y si bien tenía escuela primaria, siempre tuve la seguridad de preguntar y asesorarme con gente que sabía mucho y así fui aprendiendo este oficio que ya lo amaba, diría, desde la cuna.


-Es oportuno volver a los tiempos de vidrierista, porque se trata de un oficio que se ha perdido… 
-Recuerdo que la figura de Papa Noel no estaba en mi época explotada comercialmente en las vidrieras. Entonces me propongo hacer un Papa Noel con un maniquí de hombres, que por otro lado Barato Argentino era la única tienda que tenía maniquí de hombres. Fue un suceso: Gualeguaychú fue a ver la vidriera. Al año siguiente, vuelvo a hacer el Papa Noel y alquilo, tenía quince años, el mateo que conducía Recalde que estaba en Luis N. Palma. En un jeep de la tienda llevamos a Papa Noel hasta el Hospital y lo subimos al mateo de Recalde y recorremos toda la calle 25 de Mayo saludando a la gente hasta llegar al centro. Fue una innovación total. Cuando hacía las presentaciones otoño-invierno o primavera-verano se hacían los sábados a la noche. Durante la semana eran los preparativos, con la vidriera tapada o cerrada para generar el misterio del descubrimiento. Unos días antes anunciábamos en EL ARGENTINO y en la Difusora Grecco que el sábado a las 8 de la noche se iba a descubrir la vidriera. Mire, no le exagero, pero eso era un acontecimiento social. No sólo venían los vecinos ciudad, sino también llegaban especialmente para ese momento desde Urdinarrain y Larroque. Se paraban en la vereda de enfrente de la tienda y yo corría las sábanas de la vidriera como una ceremonia. La presentación de la vidriera era un acontecimiento social.

-¿Cuándo se pierde esta costumbre? 
-Es difícil decirlo con precisión. Pero fue a mediados de la década del ´80, cuando se comienzan a hacer esas vidrieras llenas de mercaderías, donde la abundancia no permite apreciar nada. Se mira sin ver. Pero la vidriera no se pierde en Gualeguaychú, sino en toda la Argentina.

-¿Y con el Carnaval como fue su relación? 
-Apasionada. Todo surge en 1978. Viajo a Europa con mi señora por dos meses. En Francia voy a ver el Lido de París y tuve la sensación de haber visto todo. Al regreso se me ocurre pensar que sería lindo ver comparsas con muchas plumas y lentejuelas. Lo hablamos con Olga Silio, que tenía su negocio de moda frente al Edificio Guini y se suma el bioquímico Julián Majul, que en esos años era el presidente del Club Sirio Libanés… Así nace Kamarr y la dirigí durante once años maravillosos y plenos de libertad. Jamás firmé un contrato con el club y siempre fue muy bien tratado. Recuerdo esos años con mucho cariño. Pero me cansé, porque cuando todo el mundo está de vacaciones, yo estaba laburando como un burro. En 1997 ayuda a la comparsa Papelitos, porque se estaba por inaugurar el Corsódromo. La idea era colaborar dos horas por día durante una o dos semanas, y terminé trabajando 16 horas por días durante dos meses… y todo por amor al Carnaval. Luego de otro viaje por Europa, me proponen armar una comparsa, pese a mis negativas. Era la temporada 1998-1999 y me apuraron bien. El tema me surgió ayudando a mi nieto a resolver un rompecabezas que era la figura del Arca de Noé y así me inspiré para armar “Tierras de oportunidades”. Ese año salimos para ganar, pero en la segunda noche se quemó todo. Fue una fatalidad. No tuvimos tiempo de hacer el duelo, porque debíamos salir pese a todo… y Kamarr nos prestó carrozas de otras ediciones que la readaptamos. Y ahí dije: nunca más Carnaval.

-¿Y lo cumplió? 
-No. Al año siguiente vienen de 25 de Mayo y me proponen dar un curso sobre el Carnaval… y la propuesta me tentó. Le enseño durante una semana y cuando termino el curso, los vecinos de 25 de Mayo no podían creer que habían armado un traje completo y listo para el Carnaval. Le dibujo una carpeta con un motivo que se la regalo para que armaran su propia comparsa. En el año viajo tres veces para ir supervisando los trabajos y ese año cambió la historia del Carnaval en 25 de Mayo. Y sin pensar o sin proponérmelo, me quedé diez años en ese Carnaval.

-También ha incursionado en la moda histórica… 
-Sí. Todo comenzó con la jura de la Constitución Nacional en 1994 en el Palacio San José de Concepción del Uruguay. Allí organicé un desfile de moda rescatando los vestidos que se usaban en la época del general Justo José de Urquiza. Luego esa inspiración fue llevada a un encuentro de arpas en el Museo Dellio Panizza de Concepción del Uruguay, donde los arpistas tocaron ataviados de época, interpretando partituras de la época de Urquiza que se habían encontrado en el Palacio San José. Esa misma puesta la llevamos a un encuentro de Arpas a México y también lograron un gran suceso, porque era impactante.

-¿Y ahora prepara para el 8 de agosto un desfile de moda de 1810-1910-2010? 
-Sí. Será en el Instituto Magnasco. Se trata de una colección de época. Comenzarán con los vestidos de 1810, donde prevalece el miriñaque y el jaquet. Luego se pasa a 1910, donde el vestido es simple, sin armazones, el traje de noche es de cola, no tan anchos sino más bien rectos y muchos sombreros y el esmoquin. Y finalizamos con el 2010, bien moderno y actual. La mujer siempre ha sido sensual para vestir, independientemente de la época y los atavíos. La moda siempre ha distinguido la figura femenina. No es casual que en 1910 se deje de usar el corsé, porque la mujer comienza a tener más libertad sobre su propio cuerpo e incluso cambia la forma de caminar; dado que el miriñaque implica un paso muy lento, un desplazamiento más calculado. Y en la actualidad la mujer, en términos generales, ha perdido la distinción en el andar… y caminan sin levantar la cabeza, sin elevar la mirada. Pero estoy seguro que siempre los pueblos vuelven a la elegancia, no al lujo sino a la belleza.

 Por Nahuel Maciel (26/06/2010)
FUENTE: DIARIO EL ARGENTINO DE GUALEGUAYCHU

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